sábado, 9 de junio de 2018

Éticas autónomas y éticas heterónomas

A través de la historia y en las diferentes culturas, las personas siempre han buscado una forma específica de orientar su vida, de realizar la misión a la que se sienten llamados en el mundo o desarrollar lo que consideran que es su vocación. En este sentido, se han presentado diversas propuestas que permiten orientar las acciones humanas, por lo que no se puede establecer con claridad que una es mejor que la otra, pues esto depende de los contextos y de las situaciones particulares de vida. Así, cada persona debe ponderar las diferentes formas de vida y las distintas teorías al respecto, y luego apropiarse de aquello que cree conveniente para su realización. 


Occidente y la heteronomía

 La heteronomía se define como el comportamiento de una persona que siempre se ha de regir por condicionamientos externos a sí misma y a su razón. Se trata de la incapacidad de una persona para darse una norma de comportamiento por sí misma, por lo que siempre necesita de alguien o algo que le esté marcando el camino que debe seguir. 
Las personas heterónomas realizan su vida dependiendo de un contexto, de una sociedad o de una forma de vida. 


Sabemos que en Roma nacieron las leyes y con ellas la ciencia del derecho. Esto parece bien, pues las sociedades tienen necesidad de ordenarse y de gobernarse. El problema aparece cuando las personas hacen coincidir sus relaciones y sus formas de comportamiento con esas reglas de una manera esquemática, que para ellas no existe otra forma de vida. 
El mundo occidental, que por cuestiones históricas tiene raíces romanas, ha entrado en esta dinámica, es decir, deja que el comportamiento de las personas sea reglamentado por las normas y por los códigos. No estamos en contra de esto, pues una sociedad los necesita. Lo importante es superar esas leyes y desarrollar criterios propios: no salir de las normas pero tampoco estar atado a ellas. 

Formas de Vida heterónomas 
Las personas heterónomas se conocen por que pasan toda su vida esperando que otras personas tomen las decisiones por ellas. Esta situación crea un ambiente de infelicidad e insatisfacción, debido a que no logran realizarse en la vida. Sus sueños quedan estancados, sus ilusiones se mueren y sus vidas comienzan a ser vacías y sin sabor. Sólo les queda el hecho de vivir a expensas de otras personas y de esperar a que ellas les organicen el derrotero a seguir. 
Hasta hace poco, en nuestras sociedades, muchos padres de familia que dirigían las vidas de los hijos a su acomodo, les imponían un estudio, una universidad, una carrera y hasta una pareja. Esta situación permitió y permite reflexionar sobre la posibilidad que tenemos de superar actitudes de vida dependientes y heterónomas. 

 Superación de la heteronomía 

La forma de superar un pensamiento ético heterónomo implica poner en acción nuestra razón, de tal manera que seamos capaces de construir y de manejar nuestras vidas, claro con la ayuda, la experiencia, el consejo de los otros, pero con base en principios universales dados por la razón. 



Kant y el nacimiento de la autonomía 
Kant fue el primer filósofo en determinar el comportamiento moral con base en la autonomía, en total oposición a la heteronomía. Se trataba de fundamentar el comportamiento de las personas con base en unas normas no impuestas desde fuera, y cuyo comportamiento moral obedeciera a sus propios criterios y al buen uso de su razón. 

¿Por qué las personas reclaman su autonomía? Porque buscan de manera anhelante su realización en la sociedad. Se trata pues de un proyecto de vida en donde la autonomía no se ejerce para hacer lo que cada uno desee, sino donde la persona es responsable y dirigida al alcance de ese proyecto de vida. Esta autonomía además se caracteriza por el buen uso de la tolerancia que permite que algunos aspectos esenciales para el ser humano y para la sociedad, tales como la religión, la política y la libre expresión, puedan ejercitarse sin ningún temor. Sin embargo, de la tolerancia a la indiferencia hay sólo un espacio muy pequeño, lo que puede conllevar a una indiferencia total, donde las personas no se interesen en absoluto por las demás. Traspasar esta barrera borra del todo la bondad del modelo de vida autónomo y con facilidad lleva a la vergüenza, a la arbitrariedad y a la violencia. 

Según Kant, “la autonomía de la voluntad es el único principio de toda ley moral y de los deberes conformes a esta ley. Por lo contrario, toda heteronomía del arbitrio no sólo no fundamenta una obligatoriedad, sino que resulta contraria a su principio y a la moralidad del querer”. Por lo tanto, de lo que se trata es de determinar los motivos últimos de nuestro actuar moral y comenzar a descartar aquellos elementos que se conviertan en agentes heterónomos. En nuestra actuación no deben intervenir agentes externos ni motivaciones internas, para que sea posible la autonomía. 
En definitiva, no debemos actuar siquiera para conseguir la felicidad, sino que debemos actuar por puro deber. Sin embargo, es claro que cuando las personas actúan por puro deber, se vuelven dignas de felicidad, lo que implica una consecuencia de la actuación y no sólo la finalidad en sí misma. 
Para Kant, la ley moral debía ser de tipo formal, que se presentaba como un “imperativo categórico”, que consiste en una ley cuya validez universal se da gracias a su racionalidad. Para dicho imperativo categórico.

Kant establece tres formulaciones

 a) Obra (actúa) de modo que la máxima de tu voluntad tenga siempre validez, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal.

 b) Obra (actúa) de modo que consideres a la humanidad, tanto en tu persona, como en la persona de todos demás, siempre como fin nunca como simple medio. 

c) Obra (actúa) de modo que la voluntad, con su máxima, pueda considerarse como legisladora universal con respecto a sí misma.


Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? Immanuel Kant 

1. La ilustración es la salida del hombre de su condición de menor de edad de la cual él mismo es culpable. La minoría de edad es la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad, cuando la causa de ella no radica en una falta de entendimiento, sino de la decisión y el valor para servirse de él con independencia, sin la conducción de otro. ¡Sepere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento! es pues la divisa de la ilustración. 

2. La pereza y la cobardía son la causa de que la mayoría de los hombres, después que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena (naturaliter majorennes), permanecen con gusto menores de edad a lo largo de su vida, por lo cual le es muy fácil a otros el erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piense por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia, un médico que dictamina acerca de mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré esforzarme. Si sólo puedo pagar, no tengo la necesidad de pensar: otro asumirá por mí tan fastidiosa tarea. 
Como la mayoría de los hombres (y entre ellos la totalidad del bello sexo) tienen además por muy peligroso el paso a la mayoría de edad, aquellos tutores ya se ha cuidado muy amablemente de asumir semejante control. Después de haber atontado a su ganado doméstico y de haber impedido cuidadosamente que estas pacíficas criaturas no osen dar un solo paso fuera de las andaderas en que las encerraron, les muestran luego el riesgo que las amenaza si intentan marchar solas. Cierto que ese riesgo no es tan grande, pues tras algunas caídas habrían aprendido a caminar, pero un ejemplo tal por lo común amedrenta y espanta, impidiendo todo ulterior intento. 

3. Por ello le es difícil a cada hombre individual salir de esa minoría de edad casi convertida en su naturaleza. Inclusive le ha cobrado afición y por lo pronto es realmente incapaz de servirse del propio entendimiento, porque jamás se le dejó hacer el ensayo. Reglamentaciones y fórmulas, estos instrumentos mecánicos de un uso racional, o más bien de abuso de sus dotes naturales, son los grillos que atan a una persistente minoría de edad. Quien se zafara de ellos daría sólo un salto inseguro por encima de la zanja más estrecha por no estar habituado al movimiento libre. Por ello son pocos los que han logrado, gracias a un esfuerzo del propio espíritu, salir de la minoría de edad y andar, sin embargo, con paso seguro. 

4. Pero, en cambio, es bien posible que el público se ilustre a sí mismo; siempre que se lo deje en libertad es inclusive casi inevitable. Siempre se encontrarán algunos hombres que piensen por sí mismo, incluso entre los tutores instituidos del montón, quienes después de haber arrojado el yugo de la minoría de edad propagarán el espíritu de una estimación racional del propio valor y de la vocación que todo hombre tiene de pensar por sí mismo.

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